el marTravesía

El primer vuelo fue un calambre
en el vientre, terribles pequeños miedos
como ciertas noches de la infancia,
sueños negros, negras sombras,
qué ansia, fines de septiembre tropical

y todo tan lejos, inexorablemente
perdiéndose, en la larga noche
sobre las aguas atlánticas me iba
cerrando, estirando los hilos
de tan dolidas ausencias.

No hubo despedida,
no hubo, nunca me he despedido,
allá se quedaron todos, sin saber
también me quedé, la vida entera
para saber que no he partido
ni nunca partiría,
partido sí me quedé

y repartido voy driblando curvas
y péndulos, quien salió fue el otro
de mí, no fui yo, padre, nos fuimos,
y por más que cante y hable,
pido venia (es my oficio aprendido

a duras penas), las penas duran
y lo que así aprendí va sonando
los mares atravesando, ay, los ayes
de un corazón que nunca dijo adiós
y ahora mira en qué resultó…

sí, travesía acaba en eso —
si navegar es preciso, adiós
no digo ni nunca diré,
ni a-dios ni a nadie,
ni a mí ni a los otros de mí

feliz travesía, niño travieso, dice mi padre
pasando de leve la diestra en la empañada
turmalina de los ojos (la gotita traicionera)

y mamá, sin habla, amenazando
desmayo, medio mareada,
ay hijo de mi angustia…

¿hasta cuándo?