Encuentros
De desencuentros mejor no hablar.
Encuentros casuales, bien encaminados, felices, de entendimiento y sintonía, que resultan con el tiempo en amistad y con suerte hasta en amores, entre pasageros, duradoros, superficiales, profundos, querencias, encantos y desencantos, en fin el transcurso cambiante da vida donde quiera que el vento nos lleve, el destino, la estrella, los caminos que se bifurcan, eso y todo lo demás.
Antes de llenar páginas y páginas con nombres y circunstancias de los muchos encuentros que he tenido o sigo teniendo a día de hoy, prefiero quedarme con algunos.
Entrevista… ¡casi casual!
Fue así.
Primavera en el hemisferio norte. Con inusitada generosidad el sol se dignaba.
Sin ningún plan especial por ser mi día libre, me puse a pensar allí donde estaba: con ese solcito tibio y perezoso,
que no se decide a salir del todo para facilitarnos la decisión de como aprovechar mejor el día, voy a subir al Jardín
del Castillo [la famosa ruina del siglo XVII, principal atracción turística de la ciudad] y allí saborear una rubita bien
helada. “Schlossquell!” A lo mejor me inspiro y garapateo unas frases que podrían llevar a otras y a partir de ahí…
Por la calle principal de Heidelberg (Hauptstrasse), donde ahora ya se acumulaban tantos pasos, unos buenos añitos, vividos, recordados, agradecidos, de muchas sorpresas agradables y interesantes encuentros, iba caminando tranquilamente, absorto en pensamientos delirantes, rumbo a la conocida vereda que conduce al Castillo y que me encanta subir caminando, allí justamente detrás de la estación del funicular, cuando… ay, de repente, no más que de repente (diría Vinicius de Moraes)
delante mismo del altivo y muy serio Dr. Bunsen, en su pesado traje de bronce cubierto de pátina, me corta el paso, entre amable y atrevida, toda sonrisas, una rubia despampanante, pelo rebelde última moda, minifalda de jeans y una flamante camiseta naranja con florones plateados y motivos góticos, bolsa de napa y plástico en bandolera, cuaderno de notas en la mano… viene y para delante de mí disculpándose, usted no me conoce, pero yo sí sé quién es y si me permite, me gustaría hacerle algunas preguntas para nuestra clase de traducción simultánea, cosa de diez minutos o poco más. ¿Puede ser?
Miré a la rubia, miré al reloj, vacilé por dos segundos y le dije que sí, como no. Imposible negar un pedido hecho con tanta gracia y tanto brillo en unos ajos azules como nunca había visto.
Además – la vanidad picada. Ser [re]conocido por alguien que no conoces, y en tales circunstancias, la atracción de esos ojos claros y líneas casi perfectas del rostro, eso sí, salpicado de pequeñas pecas, para culminar una manos casi más suaves que una melodía de Schubert o Debussy… Impensable decir que no.
Aprovechamos la cafetería de la terraza, pedí dos cafés con helado (Eiskaffee) y hice señal de estar preparado, si es que un simple mortal venido de los trópicos puede algún día estar preparado para enfrentarse a una rubia germánica, sin perder el aplomo y un mínimo de control, aún más al tener que contestar a sabe Dios que preguntas.