Alemania
¿Alemania? ¿Y eso, macho? Pues sí, caprichos del destino. O mero acaso…
insidioso, benévolo, depende. En la “rueda-viva” de todo, ¿qué importa?
El sueño de toda la vida era salir por el mundo, aventurarse, buscar otros
rumbos, USA, Europa, Italia per esempio. Alemania… ni en sueños!
Los largos años pasados coi Figlioli di Don Bosco (!?) habían predispuesto
las inclinaciones del adolescente y alimentado fantasías y planes extrava-
gantes, y además me habían enseñado, entre otras cosas perfectamente
superfluas, la belleza y la sonoridad de la lengua italiana que ya entonces
me encantaba y que aprendí a dominar «con discreta infamia, come allora
si diceva.»
Ya en São Paulo, años más tarde, en un viejo salón del mítico Martinelli
surge un día el pequeño gran Barda [J. C. Bardawil] y —fuera de sí con mi
facilidad para canciones napolitanas y arias de ópera, aprendidas en el se-
minario— se pone a gesticular de aquella manera única, eléctrica, que solo
él sabía y me dice, en un mixto de consejo de amigo y orden perentoria,
chico, mira, aquí vas a perder tiempo y talento. Busca una salida y vete
para Italia.
Heidelberg
Ich hab mein Herz in Heidelberg verloren / En Heidelberg perdí mi corazón
in einer lauen Sommernacht… / en una tibia noche de verano…
Ich war verliebt bis über beide Ohren / Estaba perdidamente enamorado
und wie ein Röslein hat ihr Mund gelacht. / y su boca se abrió en una risa de rosa.
[Fred Raymond, 1925]
Lange lieb' ich dich schon, möchte dich, mir zur Lust, / Hace mucho te amo, por un capricho quiero
Mutter nennen, und dir schenken ein kunstlos Lied, / nombrarte madre, y brindarte una canción
Du, der Vaterlandsstädte / despretensiosa, tú, de las ciudades de mi país que he podido
Ländlichschönste, soviel ich sah. / ver, entre todas la más hermosa.
[Friedrich Hölderlin, 1800]
Y así fue.
El encanto de la pequeña Heidelberg, apretada en un ameno valle por
donde fluye el Neckar, flanqueada de ambos lados por altas colinas, y
tan bien celebrada por el romántico Fritz Hölderlin cuando allí estuvo,
poco a poco fue transmitiéndome esa sensación de aprieto y sofoco,
pues para mí vivir en espacios abiertos es algo fundamental.
Frankfurt am Main
Situada al margen del Meno, Frankfurt (paso de los Francos), mutatis mutandis,
no pasa de una miniatura germánica de la Megalópolis paulista que, en un ímpeto de coraje y cargado de ilusiones, había acabado de abandonar para lanzarme a la gran aventura.
Con el tiempo y mucha maña el aventurero audaz va llegando, va entrando, va digiriendo el alemán (¡vaya lengua nudosa!) y muy pronto acaba alimentándose casi exclusivamente de carne alemana.
(¡Vorsicht!) Que también puede alimentar como cualquier mulata, solo faltando la piel canela, el ritmo tropical y aquel tono melifluo que— ¿sí o no? ¡Pssst!
¡Hombre!… Y el otro día, por variar un poquitín o casi nada el menu, otro sabor, otra nacionalidad, que allí hay de todo, basta saber dónde! Y cómo abundan, compadre, cantidades, con mucha variación de lenguas y paladares. Además puede que ni haga falta tanta lengua diferente, quiero decir, bueno, pues eso.
Cuidado que el tiro de repente puede salir por la culata.
¡Corta rápido y pasa página!
Hirschberg a. d. Bergstrasse
En una de las muchas incursiones por el Interior de Alemania estuve de paso por
ese encantador rincón del Palatinado, años antes de mudarme para Heidelberg,
adonde al final me fui para quedarme y pasar la segunda mitad de mi vida. Allí
me realizé profesionalmente en el campo de la música clásica (ópera, concierto).
Años antes, debido a intensos ataques de “saudade”, unas cuantas decepciones
y problemas de adaptación, había regresado a mi país en búsqueda de suerte en
Rio y en São Paulo. Por diversos motivos no fue posible.
Con el tiempo me fui enterando, y se confirmaba más y más que volver al pasado
es pura ilusión. Una vez empezada la gran aventura, contemplar un retorno es un
acto condenado al desencanto.
Más tarde —teniendo en vista el bienestar de la familia, entonces recién casado y
ya padre de un hijo— pasamos a residir en esa pequeña localidad, a 15 kms. de
Heidelberg, en la bucólica región denominada Bergstrasse [ruta de las montañas], donde la vida moderna se desarrolla a la vista de antiguos monumentos y muchas huellas de un agitado pasado histórico, mítico, literario, de relevante importancia.