España
…significaba —¡para mí!— hasta ahora, área de tránsito, territorio
de paso, país inevitable.
Viajando de Alemania, o de cualquier otro país de Europa, con destino
a Portugal, y a camino de vuelta, al hacer ese recorrido de coche,
no se puede desviar.
Obviamente no hay ni podría haber razón alguna para eso. Los siniestros
tiempos del franquismo están más que muertos y sepultados… para noso-
tros, claro, turistas recalcitrantes, que cuando mucho nos extraviamos
hasta el monstruoso Valle de los Caídos, insolente testigo de la megalo-
manía fascista, engendrado, gestado y parido por el truculento enano
de voz atiplada, “paca la culona”.
Que Belcebú lo tenga y mantenga, a él y a sus secuazes.
Santiago de Compostela
Destino anhelado, desde siempre. Rastros de un romanticismo medieval
ligado a viejas leyendas del Camino.
Algunas diapositivas, deslumbrantes, sugestivas, traídas por una amiga
que había estado en Santiago, reavivaron antiguos sueños, ampliando
el ámbito de las ilusiones que ya me transponían mentalmente a la Ca-
pital de Galícia.
Y una voz antigua iba insuflando, iba recitando bajito: no muy lejos de
allí podrás contemplar el vaivén de las “ondas do mar de Vigo”.
Las lecciones de filología galaicoportuguesa habían lanzado en la fanta-
sía del seminarista el gérmen de la curiosidad por tan románticas y leja-
nas “ondas”.
Ondas do mar de Vigo… Ondas do mar levado…
Ai ondas que eu vin veer, se me saberedes dizer…
Ai ondas que eu vin mirar, se me saberedes contar…
Y en sus andanzas por España una prima de Minas había descubierto
nuestras raíces cántabras, inclusive escudo, blasón de armas, torres,
castillos, etc., que un día tendría la oportunidad de visitar, Altamira,
Quijas y alrededores.
A Coruña
A Coruña para mí es Monte Alto, simpático barrio que ocupa casi toda la colina, algo allanada en la foto arriba, cubriendo la mayor parte de la isla, o sea de la península, donde se encuentra la Torre de Hércules, a 10 minutos a pie del edificio donde vivíamos. Bienio 2010/2011 y 6 meses más. Desde mi ventana y también de la terraza se avistaba el mar de todos lados y casi toda la ciudad.
Cercados de mar, oceánico, atlántico, mar calmo, mar revuelto, nuestro horizonte se pierde en la ondulada superficie verdemar que a cada nuevo día nos trae, más allá de la gratificante sensación de amplia libertad visual, del perfil de algún navío mercante o de un lujoso crucero y de las imbatibles, omnipresentes, voraces gaviotas gritonas, frecuentes brétemas, el término gallego para bruma, la niebla que se forma en alta mar, anunciando habitualmente la fuerte presencia del viento.
Cangas
Vigo sí, su hemosa ría, las ondas do mar de Vigo de las cantigas medievales.
En Moaña también ya había estado, un precioso día de verano.
Nuestos queridos abuelos gallegos (de Vigo), Pura y Alonso, nos llevaron a comer, recuerdo nuestra primera travesía de barco y una espléndida mariscada, inolvidable el exuberante paisaje entre monte y mar y la deliciosa comida gallega.
Cangas? No conocía, para nada.
Un feliz acaso, el consejo de un amigo del jazz (sabiendo que estábamos buscando un lugar con mejor clima que A Coruña) nos habló de esta pequeña ciudad, del otro lado de la ría de Vigo, en la Península del Morrazo.
Era a finales de febrero, un día de sol, los primeros rayos y brotes de la primavera. Un encanto, amor a primera vista. La travesía de barco Vigo-Cangas – una experiencia excitante, y el espectáculo de las Islas Cíes al fondo, simplemente sensacional.