Alemania
¿Alemania? ¿Y eso, macho? Pues sí, caprichos del destino. O mero acaso…
insidioso, benévolo, depende. En la “rueda-viva” de todo, ¿qué importa?
El sueño de toda la vida era salir por el mundo, aventurarse, buscar otros
rumbos, USA, Europa, Italia per esempio. Alemania… ni en sueños!
Los largos años pasados coi Figlioli di Don Bosco (!?) habían predispuesto las inclinaciones del adolescente y alimentado fantasías y planes extravagantes,
y además me habían enseñado, entre otras cosas perfectamente superfluas,
la belleza y la sonoridad de la lengua italiana que ya entonces me encantaba
y que aprendí a dominar con discreta infamia, come allora si diceva.
Ya en São Paulo, años más tarde, en un viejo salón del mítico Martinelli surge
un día el pequeño gran Barda [J. C. Bardawil] y —fuera de sí con mi facilidad
para canciones napolitanas y arias de ópera, aprendidas en el seminario—
se pone a gesticular de aquella manera única, eléctrica, que solo él sabía y
me dice, en un mixto de consejo de amigo y orden perentoria, chico, mira,
aquí vas a perder tiempo y talento. Busca una salida y vete para Italia.